Navegando desde la década del '30

Los orígenes

En nuestro Club, el yachting comienza formalmente en 1932 con el reconocimiento de CUBA como club náutico por parte de la Prefectura Naval Argentina. Hasta entonces, los socios practicaban la náutica en otros clubes e invitaban a sus consocios a navegar. Al ir creciendo los adeptos a esta actividad, comienza a impulsarse la idea de que este deporte se incorpore a los ya existentes. Para lograr el dictamen favorable de la Prefectura, hubo que cumplir una serie de requisitos: se nombra Capitán -como se denominaba en esa época al Comodoro- a Alberto García Aráoz, se crea el gallardete y se inscribe la primera embarcación del Club, el «Inkosi», de Amadeo Alurralde, un barco de la Clase Nacional Francesa. Ese mismo año, el Gobierno de la provincia de Buenos Aires cede un terreno sobre la margen izquierda del Arroyo Sarandí, frente mismo al local de la Ayudantía de San Isidro. A pesar de ser un juncal, se toma posesión, se lo rellena y se instala una pequeña casa desarmable. La sede constaba de un saloncito comedor, un vestuario, baños y un lugar -especie de «dormitorio»- donde se podían poner algunos coys (hamacas marineras) para pasar la noche. En 1933, Mario Molina Pico, Capitán, propone la creación de una Escuela de Timoneles. Las clases teóricas comienzan a dictarse en Viamonte a cargo de Amadeo Alurralde, y las prácticas se realizan los sábados en San Isidro, bajo la supervisión del propio Mario. A partir de 1934, la Prefectura autoriza a CUBA, en su carácter de club náutico, a otorgar el carnet de Timonel. En abril de 1940, una formidable sudestada -tan fuerte que el agua llegó a tapar las vías del tren, del hoy «Tren de la Costa»- destruye totalmente la sede. En 1947, se corre la primera edición de la regata Buenos Aires-Río de Janeiro, que por entonces era la segunda regata de mayor recorrido del mundo. El «Alfard» de Felipe Justo, Presidente de nuestro Club, resultó ganador con un tiempo de 257 horas, 40 minutos y 21 segundos. Formaron parte de su tripulación: Claudio Bíncaz, Benito de la Riega, Humberto Machiavello, José H. Monti, Hércules Morini, Alberto Suñer, Fernando Soriano y Hugo V. Tedín. Debido a las dificultades económicas de aquellos años, la sede náutica de San Isidro no volvió a contar con un edificio permanente hasta 1950, cuando se construyó un pabellón prefabricado que incluía vestuario, baños, salón y pañol. Por esos años, comenzó a gestarse la idea de mudar la sede, ya que debido al aumento en el tráfico arenero del puerto de San Isidro, se sucedían los abordajes y las averías en los barcos del Club, producto de las malas maniobras de las chatas areneras. Pero, en 1953, la intervención del Club por parte del Gobierno Nacional paraliza todo aquello y entorpece el normal desarrollo de las iniciativas en trámite. Esta situación continuó hasta fines de 1955, año en que el Gobierno deja sin efecto la intervención.

La bahía de Núñez

En 1956, con José Atencio como Comodoro, se solicitó a la Municipalidad de Buenos Aires y al Ministerio de Educación la concesión de unos terrenos en Núñez, a la altura del km 11,800 del Canal Costanero, la cual se obtuvo en 1958. Eran dos hectáreas completamente silvestres, con su correspondiente espejo de agua formado por una bahía. Compartiendo la zona, estaba la Escuela de Marinería de la Armada, donde hoy se encuentra el Centro de Egresados del Liceo Naval. Era común ver falúas (botes a remo con seis remeros por banda) atravesando la bahía, con un suboficial en la popa marcando el ritmo. El Club Náutico General San Martín, muy precario, también estaba enfrente, donde hoy está ubicado el Centro Naval.

Accesos, obras y mejoras

Cerca de la rotonda que está actualmente en Udaondo, había una entrada con un camino de tierra intransitable los días de lluvia. Hasta llegar al Club, se debía atravesar esa distancia entre los matorrales. Más de un socio fue asaltado allí. El ingreso al Club era complicado, ya que no había acceso pavimentado ni barreras de ferrocarril. Recién en 1962 se habilitó una barrera sobre las vías del Ferrocarril General Belgrano y se pavimentó lo que faltaba desde la estación Balneario. Los que no tenían automóvil venían caminando desde la Avenida del Libertador. Cantilo y Lugones comenzarían a construirse en 1971. En 1959, se inician las obras con el cercado del terreno, el sondaje y boyado provisorio de la entrada a la bahía, la instalación de luz eléctrica, la construcción de un muelle de desembarco, el arbolado del terreno y la colocación de las amarras. Se comienza desde cero, solicitándole a la Marina rezagos de cadenas, boyarines, cables, etcétera. También se traslada la casilla de San Isidro por medio de una barcaza. La construcción original todavía perdura, aunque se limitaba a la cuarta parte de lo que es hoy. También se pone en marcha el varadero, del cual se sacaban los barcos con la ayuda de los socios, arrastrándolos sobre durmientes cubiertos de grasa. Era mejor no andar cerca con ropas buenas, porque había que ayudar. Estaba ubicado donde hoy se encuentra la pluma de los J-24 y el área verde adyacente. El Club terminaba antes del galpón de la ex carpintería. En 1967, se cierra la parte norte de la bahía con una escollera de cajones de cemento. La península que vemos hoy frente al Club no existía, y se podía ver el río hasta San Isidro. Los cajones se llevaban flotando hasta su lugar y algún socio valiente les rompía el tapón del fondo para hundirlos. Luego se rellenaron con piedras (tarea que se hizo entre todos, por supuesto). Esta escollera evitó el embancamiento de la bahía y, al mismo tiempo, se logró un fondeadero bien reparado del viento norte. En 1970, se mejora el balneario al plantarse los árboles que vemos hoy sobre el río. Se lo utilizaría como tal hasta 1980, año en que la contaminación del agua obligó a prohibir los baños en el Río de la Plata. Hasta 1980, todas las amarras eran «al borneo». Era común ver entrar barcos de 16 metros, como el «Don Quijote» o el «Cangrejo», con sus spinnakers inflados, para arriarlos en el fondo de la bahía. En 1980, bajo la Comoduría de Jorge Montes, se dragan las aguas interiores y se instalan las marinas; de esa forma, se amplía la capacidad del fondeadero. Pocos años más tarde, se construye el actual varadero, el cual se rellena con refulado del dragado de la bahía. Durante un tiempo, el lugar fue un inmenso lago de barro, muy apto para sumergir a las víctimas de las despedidas de soltero y similares. (De todos modos, este tratamiento era mejor que el «fusilamiento» con el cañón de largada de regatas usado anteriormente). Durante muchos años, la palmera aún existente fue el mejor punto de referencia para ubicar la entrada al Club. Fue donada por un socio que la tenía en una casa, en la misma manzana de la sede de Viamonte. Al vender la propiedad, la palmera iba a ser destruida. Una madrugada se citaron algunos socios, junto con una grúa, bajo la infaltable dirección de Jorge Prota, y la llevaron hasta su posición actual.

La gente

Las obras se realizan con el esfuerzo físico y financiero de los pocos socios náuticos de entonces. (En 1962, había sólo tres mujeres adultas concurriendo regularmente a la sede. Como alguna aún sigue viniendo de vez en cuando, no las vamos a mencionar por las dudas, por el tema de la edad. De adolescentes femeninas, ¡ni hablar! Para navegar había que renunciar a todo...). De esta etapa, hay que resaltar -además del Comodoro Jorge Prota- la colaboración de los socios José A. Amuchástegui Keen, Alfredo Taullard, Eduardo Errea, Julio Rodríguez, Cayetano Abita, Osvaldo Ferramola, Raúl «Negro» Santillán, José M. Leyro, Pedro Querio y Jorge «Bebe» Martínez, entre muchos otros. Durante muchos años, el Club tuvo un solo marinero, Juan Pifiger («Juancito»), padre de Juan Carlos, hoy el más antiguo de los pintores del Club, y de Alejandro, quien también trabaja como pintor. Juan y su familia vivían en una casita alpina por donde, hasta hace poco, estaba la carpintería. Más tarde llegaron Contramaestres que dejaron su marca, como Cabrera y Alegre, ambos ex suboficiales de la Armada Nacional.

Don Jorge Prota

La sede náutica se hizo y creció gracias al compromiso total del Comodoro de muchos años, Don Jorge Prota. Era común verlo enfundado en sus botas dirigiendo incansablemente a los socios, fondeando amarras, rellenando con piedras la escollera de la entrada o poniendo lajas delante del vestuario para evitar el barro (lajas que se recogieron cuando la Municipalidad remodeló la Costanera Sur). Algunos socios se ponían delante de la topadora y, entre varios, las subían a la Estanciera del Comodoro. Por encima del ruido de la topadora, se escuchaba su voz estentórea: «¡Vamos, chicos...!».

Ingeniero Alfredo Taullard

Otro socio que merece un párrafo aparte es el Dr. Alfredo Taullard. Veamos lo que de él escribió Manuel Torrado: «Su participación y permanente colaboración con CUBA comienza cuando nuestra sede náutica estaba en San Isidro. Allí, a bordo de su "Cerrazón", realizó navegaciones de cuyos relevamientos cartográficos, para bien de toda la comunidad náutica, se tuvo amplio conocimiento a través de afamadas revistas del deporte, como Neptunia, Barlovento y Yachting Argentino. En ellas siempre mencionó al Club del mismo modo que en los artículos en los que enseñaba el arte de la cabuyería junto con Alberto Migone. Era un orgullo cuando navegantes de otras aguas nos decían con cierta envidia: "¡Ustedes lo tienen a Taullard!". Su casa de la calle Gorostiaga estuvo siempre abierta para el que tuviera que consultar cómo recalar en un puerto o cualquier otro tema que hiciera al arte de la navegación». Los trabajos de relevamiento cartográfico realizados por Alfredo Taullard en Núñez fueron vitales para el establecimiento del Club en su nueva sede náutica. Fue, además, uno de los custodios de la localización de las boyas del Octógono de Regatas: cancha de competición náutica importantísima durante mucho tiempo. Fue un estrecho y vital colaborador de los cursos de Timonel durante muchísimos años y participó como mentor en todas las navegaciones al Sur, que enorgullecieron la historia náutica del Club. Jamás solicitó un cargo. Era asombroso ver cómo (en tiempos en que no existía Internet) navegantes extranjeros recalaban en nuestro Río de la Plata con cartografía realizada y firmada por Alfredo Taullard-CUBA. Todavía quedan algunos socios que dicen con orgullo: «¡A mí me enseñó Taullard!».

Aventuras

A fines de 1971 y comienzos de 1972, siendo Comodoro Jorge Prota, se programa viajar al Lago Argentino, en la provincia de Santa Cruz, para disputar en ese lugar las primeras regatas a vela de la historia local. Presidía el Club el Dr. Adolfo Méndez Trongé, quien, junto al Comodoro Prota y a un entusiasta grupo náutico, no escatimaron esfuerzos ni trámites para concretar ese evento. Se trasladaron cinco Grumetes a bordo del transporte «ARA San Pío» hasta Río Gallegos y, desde allí, en camiones hasta el lago. En enero de 1973, un grupo de socios lleva a Bariloche barcos de las clases Finn y Optimist para correr una serie de regatas frente a nuestra Cabaña El Arbolito, en la Península Machete. En febrero se realiza una serie de regatas con Grumetes en Ushuaia. Una vez más, la Marina los transportó. La delegación fue encabezada por nuestro Presidente, Adolfo Méndez Trongé. Frente a Ushuaia se corrieron varias regatas, algunas con mucho viento. Resultó todo un espectáculo para los fueguinos, quienes no perdieron detalle desde la costa. En 1974, CUBA continuó su actuación pionera en la náutica llevándola a lugares más que alejados de nuestra patria. Ese año, por primera vez, se corrieron regatas a vela en nuestras Islas Malvinas, en Puerto Argentino. Eran tiempos en que se buscaba acercarse a los malvinenses, y CUBA quiso ser parte de esa patriada. La Armada Argentina transportó cuatro Grumetes: dos propiedad del Club y dos de nuestros consocios Luis Corona y Jorge Saccone. En medio de la intensa actividad social provocada por la llegada de jóvenes latinos a esa pequeña comunidad (hay un juramento de silencio sobre algún episodio), se corrieron cuatro regatas por los premios Puerto Stanley, Ushuaia, Santa Cruz y Comandante Piedrabuena. Al cabo de la visita, se les donaron el «Malú» y el «Calquín», que fueron bautizados con los nombres de «Santa Cruz» y «Ushuaia». Al año siguiente, CUBA recibió de la Armada Nacional dos Grumetes de plástico («Calquín II» y «Malú II») en compensación por los que habían sido entregados en Malvinas.

Escuela de Timoneles

Durante todo este periodo, la Escuela de Timoneles de CUBA llegó a niveles de excelencia, especialmente por el trío de instructores de la teoría, los socios Atencio, Taullard y Burgoa, quienes serán recordados por mucho tiempo por sus alumnos. Atencio y Taullard, siempre con una sonrisa; Burgoa, serio, pero los tres fumando en pipa... y siempre accesibles. Burgoa era dueño de uno de los barcos históricos del Club, el «Suri II», un clásico Iversen que aún está a flote en perfectas condiciones. Don Jorge Pochat fue el socio que -honoríficamente, por supuesto- se desempeñó como instructor de prácticas con un Colleen durante muchos años. (Eso sí, los exámenes los tomaba Jorge Prota).

Los barcos

En esos años iniciales, la flota del Club estuvo compuesta por distintos barcos: un Lightning, un Star, Grumetes de madera y de plástico, etcétera. Pero, entre ellos, hay que destacar varios: el primero es el «Sapphire», un Colleen con vela cangreja, construido en Irlanda alrededor de 1896, barco escuela desde 1959 hasta fines de los sesenta. Otro párrafo aparte merece el «Beachcomber» (ex «Rose de France», ex «Queenie»), un Yawl de 17 metros de eslora, destinado a la Escuela. Aún muchos recuerdan las maniobras a vela, al mando de Carlos Saguier Fonrouge primero y luego, durante muchos años, de Manuel Torrado, saliendo o tomando amarra en el fondeadero... sin motor... Era mejor dejarle el lugar para pasar... A partir de la década del setenta, la flota del Club estuvo compuesta por distintos barcos, entre ellos dos Penguin («Curda» y «Qué sé yo»), un 5 Metros Internacional («Trinidad», hundido durante una sudestada en Vicente López), y hasta un Soling flamante, exclusivo para regatas y tripulaciones seleccionadas («Indeciso», hoy en el CNSI). Muchos recordarán a los Grumetes «Ventolero», «Malú» y, posteriormente, «Jején», reservados para regatas, en los cuales muchos socios hicieron sus primeras campañas. Perteneciente a esa misma clase, estaba también el «Calquín», más lento y más pesado, que sólo daba satisfacciones cuando la regata era con viento duro, pero que fue muy querido por los socios. A lo largo de esta breve reseña, siempre sobresale la dedicación de aquéllos que aportaron desinteresadamente su tiempo y su esfuerzo para realizar el sueño de la náutica en el Club. Un fiel reflejo de la filosofía y el espíritu del socio de CUBA.

Fuente

- Los primeros cincuenta años del deporte náutico en CUBA. 1932-1982. Amadeo Alurralde («Hilo»).
- Historia del Club Universitario de Buenos Aires 1918-1968.
- Historia de la Regata Oceánica Buenos Aires-Río de Janeiro - Yacht Club Argentino www.yca.com.ar
- Recuerdos personales de socios.